“REGRESO A TAI JI”
“Retirarse una vez acabada la obra, he ahí el Tao del cielo” (Tao Te King, verso IX)
Al comienzo era Wu Ji, la Entidad Básica, el Vacío Caótico y Absoluto que encerraba potencialmente todas las alternativas de Creación. La Calma Inicial. Cuando comenzó un punto de orden y de movimiento, se transformó en Tai Ji, el Principio Supremo. En Tai Ji estaban definidas las bases para que todo pudiera existir, era el punto de conexión entre amorfismo e intangibilidad, y cuando continuó dinamizándose, surgieron la materialización y la expansión. Paso previo imprescindible para este apogeo, es la diferenciación en dos fuerzas inversas e interdependientes aunque no antagónicas. Cada uno de los contrarios definió al otro, dotándolo de sentido. Todo surge de Tai Ji, todo retorna a Tai Ji. “El Tai Ji se divide cuando es móvil, y se une cuando se queda inmóvil” (Wang Zongyue). Tal vez, en algún momento, Tai Ji revierta a Wu Ji porque también termine su ciclo. Así dará comienzo una nueva Infinitud que produzca una Creación absolutamente distinta a la actual. Mientras todo retorna o no hacia el Gran Vacío, todos estamos inmersos en el constante girar pautado por Yin-Yang.
Uno de los seres de la gran Expansión Dinámica, fue dotado de una facultad que denominamos RACIONALIDAD; esta le hizo creer que tenía una entidad propia especial y que su substancia merecía tener más transcendencia que las otras. Consideró que todo o todos los seres que amara, también debían permanecer a su lado, puesto que sentía que eran suyos y los necesitaba. Y su rumbo derivó hacia la NO aceptación del Regreso a Tai Ji una vez agotado su tiempo o el tiempo de las entidades de su entorno.
A pesar de esta negación, también en nuestro interior hay contraposición y alternancia de emociones e ideas respecto a la propia dispersión: El miedo insondable al desvanecimiento del propio yo como entidad única e independiente / El cansancio infinito que produce la carga de ser un ente de marcada individualidad que denominamos ego, siempre sometido a turbulencias emocionales, intelectuales, espirituales. Siempre buscando, siempre perdido en la propia presencia.
¡Qué infinito vértigo pensar en la disgregación total como sujeto! ¡No ser nunca más lo que ahora eres…o crees que eres! ¡Qué eterno alivio considerar la posibilidad de permanecer, sin tener un YO que sustentar! ¡Qué temor oscuro y primigenio! ¡Qué placidez poder seguir existiendo sin el lastre de una conciencia privativa! ¡Que escalofriante el pensamiento de una Eternidad donde se está condenado a “padecerse” a uno mismo durante un tiempo sin fin y sin tiempo, una temporalidad indiferenciada y, por tanto, atemporal! ¡Tremendo!
La sima que se abre en nuestras conciencias es tan grande que el vértigo nos hace tambalear. Cada uno intenta sobrellevar esta sensación vital afianzándose en algún elemento que ayude a afrontarlo: Creencias religiosas, filosofías de la trascendencia, placeres, actividades lúdicas. Consideramos a la muerte como un paso amargo, inquietante, triste; por lo tanto, intentamos pensar en ella lo menos posible, y si lo hacemos, suele ser como un planteamiento sobre algo inevitable pero lejano. Tenemos una visión rectilínea de la existencia, y el final de ese camino que queremos vivir como un trazo, no nos gusta. Querríamos una línea, pero infinita.
La prueba está en que ningún momento nuestra existencia es capaz de hacernos sentir plenitud. Siempre proyectamos hacia acontecimientos futuros o pasados. Nuestro continuo presente nos parece poco. Poco feliz, poco atractivo, poco interesante…Debido a lo cual siempre estamos buscando y esperando esa plétora vital. Cuando llega ese futuro anhelado, nos retrotraemos en el planteamiento de nuestra vida y pensamos lo dichosos que éramos. ¿Y el pequeño pasito del aquí y ahora? ¿Y la sensación radiante de sentir, pensar, soñar, incluso dolerse en cada instante? (“Quien vive el eterno presente, no muere” Tao Te King, verso XXXIII).
El miedo transforma la apariencia de lo más real y profundo; debido a ello, vamos transitando por la existencia con la falsa impresión de que lo importante de ese tránsito es todo lo que NO duele. Los ideales de nuestra cultura se podrían resumir en: No estar feos, no envejecer, no enfermar, no morir. Ni nosotros ni los nuestros. Por tanto, derrochamos energía y esfuerzos en intentar estos logros imposibles.
¿Por qué no plantearnos la vida tan sencillamente como disfrutar de la presencia de un ser querido, de la luz, de las alegrías simples, teniendo la conciencia del privilegio de cada una de esas sensaciones? ¿Por qué no plantearnos la muerte como volver a unirnos a todos los seres que quisimos y que queremos, sin cuerpo, sin mente, sin emociones, sin pensamientos…pero siendo?…Disolverse para constituirse en una Unidad Trascendente con Todo. El sentimiento de pérdida es duro, amargo. El de amar en el presente, es resplandeciente, tranquilizador, sedante.
Uno de los regalos que nos ofrece la filosofía taoísta es su boceto circular de la existencia. Si te haces un planteamiento curvo, descubres que donde acaba la vida es donde comienza, y eso te abre la vía de la paz interior ante la idea de la propia disgregación o de la pérdida de aquellos que amamos.
La vida es algo tan sencillo y tan profundo, que parece que durante el proceso de evolución debimos perder el “libro de instrucciones” de la existencia. Posiblemente morimos cuando ya no deseamos oír ni ver lo que incomoda, asusta o exige esfuerzo, con la disconformidad con lo difícil; cuando se deja de apreciar y agradecer todo lo que se tiene debido a la perenne ceguera de echar de menos lo poco, lo poquísimo, que falta. Puede ser que se viva cuando se disfruta de forma desenfrenada de lo aparentemente escueto y no importante, cuando otra mirada limpia quita la turbidez de la nuestra.
Por todo ello, últimamente, cuando miro a la cara de los seres que quiero, veo el rostro de la muerte. Ahora, los suelo observar con más amor, con más sosiego, apreciando mejor su existencia y la mía; amando su vida y la mía en nuestro continuo tránsito.
Permitidme que en la muerte de este escrito, en su final, os transcriba unas palabras de Zhuang Zi; así, cuando mi escrito renazca y comience una nueva vida con vuestra lectura, podréis leer algunas palabras más sabias y profundas que las mías:
“¿Cómo sé que el amor a la vida no es una ilusión? ¿Como sé que quien teme a la muerte no se asemeja al hombre que se alejó de su hogar cuando joven y, por lo tanto, no tiene intención de regresar? ¿Cómo sé que el muerto no se arrepentirá de su anterior anhelo a la vida?…Antiguamente, los hombres verdaderos nada sabían acerca del amor a la vida ni del odio a la muerte. La entrada en la vida no les producía alegría; al dejarla, no oponían resistencia. Iban y venían tranquilamente. No olvidaban cual había sido su comienzo y no averiguaban cual sería su fin. Aceptaban su vida y gozaban de ella, olvidaban todo temor a la muerte y retornaban a su estado anterior a la vida. Así pues, no existía en ellos la necesidad de que la mente se opusiera al Tao y de que lo Humano resistiera a lo Celestial.”
Larga vida a todos; no en persistencia, sino en felicidad. Nos encontraremos en algún otro momento. Si no es así, seguro que volveremos a ser Uno en Tai Ji.
C.Campos
No hemos perdido el “libro de instrucciones”, pues tal libro lo hemos escrito día a día con la tinta del presente...
ResponderEliminarQue entrada más profunda. Creo que en la sociedad occidental nos educan de una manera en la que no aceptamos el fin de la vida. Este punto de vista me parece una buena opción.
ResponderEliminarPues a mí la fusión en un mismo ser o esencia me suena a la aniquilación del "yo" individual. Prefiero "padecerme" eternamente por agobiante que sea la perspectiva a perder mi identidad. En este sentido el taoísmo no me satisface.
ResponderEliminarGracias por ofrecer esta información sobre el taoísmo y la vida, la estaba buscando pero en Internet es difícil encontrar páginas que sepan de verdad de lo que están hablando. Nos vemos amigo.
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